los jemeres islamicos
el autor de este texto habla del ISIS la nueva y muy potencial amenaza terrorista para occidente y señala que son tan sanguinarios como el Khmer Rouge de Pol Pot que aterrorizo Cambodia en lso años 70's y causo un genocidio terrible :
IGNACIO CAMACHO
Como no se trata de Israel, el genocidio islámico permanece en el limbo progresista como una diferencia intercultural
Como no se trata de Israel, el genocidio islámico permanece en el limbo progresista como una diferencia intercultural
DESDE los jemeres rojos de
Camboya no se veía en el mundo moderno una irrupción de violencia
genocida como la de los nuevos fundamentalistas del llamado Estado
Islámico de Irak. Incluso en aquellas tierras, de pasado poco pacífico,
no encuentran para esta barbarie de crucifixiones y decapitaciones un
referente más próximo que el de las huestes de Gengis Khan. Los
talibanes afganos se han quedado cortos como precursores de la ferocidad
yihadista que ha irrumpido en la antigua Mesopotamia tras la retirada
norteamericana, en una secuencia que también remite al precedente de
Indochina e interpela la responsabilidad histórica de un Obama obligado a
su pesar a desplegar los brazos que había cruzado con el repliegue. Sus
cálculos políticos, forzados por el cansancio bélico de la sociedad
estadounidense, han fallado: Irak no tenía estabilidad suficiente para
dejarlo a su propia suerte.
Los ataques aéreos, de eficacia limitada, son una
respuesta más política, casi cosmética, que estratégica; manifiestan una
clara reticencia a asumir implicaciones mayores que resultan
antipáticas a la opinión pública americana y evidencian la pésima
resolución del conflicto iraquí. También demuestran estas dudas que
Obama no maneja bien la estrategia exterior y que bajo su mandato los
Estados Unidos han fracasado como agente diplomático de referencia y han
dejado de ser la nación imprescindible en cualquier conflicto de
relieve en el planeta. Una consecuencia lógica del giro político en el
liderazgo internacional determinado por el presidente sobre una
hegemonía que a fin de cuentas se sostenía en el uso de la fuerza.
La brutal yihad del EI no sólo compromete la seguridad de
Irak, sino la de Siria, Líbano y tal vez la Turquía kurda, y lo hace
con un grado de violencia inédita para la que el Occidente autodesarmado
no dispone de respuestas. Como no se trata de Israel, el único agente
político que desata la condena unánime del pensamiento progresista, los
crímenes del ultraislamismo permanecen en el limbo de la conciencia
occidental como una especie de mal incómodo pero inevitable. El debate
se traslada a la acción propia, a la escala de la intervención, con una
lupa escrupulosa y pusilánime sobre las medidas militares y una cautela
directamente cobarde sobre la implicación armada. Sin palestinos por
medio, el genocidio iraquí es un asunto interno, como se encarga de
subrayar el propio Obama para justificar que golpea con guantes y una
mano atada. Total, si sólo han liquidado a cien mil cristianos marcando
con banderas negras sus casas. Luego irán a por los chiíes y los sufíes;
pláticas de familia que decía el Tenorio. Pequeñas diferencias
interculturales. Si no se trata de Gaza y ni siquiera hay un Bush en la
Casa Blanca, qué nos ha de importar un Califato. Los demócratas
biempensantes sólo tenemos que ocuparnos de identificar a nuestros
propios malos.
DESDE los jemeres rojos de
Camboya no se veía en el mundo moderno una irrupción de violencia
genocida como la de los nuevos fundamentalistas del llamado Estado
Islámico de Irak. Incluso en aquellas tierras, de pasado poco pacífico,
no encuentran para esta barbarie de crucifixiones y decapitaciones un
referente más próximo que el de las huestes de Gengis Khan. Los
talibanes afganos se han quedado cortos como precursores de la ferocidad
yihadista que ha irrumpido en la antigua Mesopotamia tras la retirada
norteamericana, en una secuencia que también remite al precedente de
Indochina e interpela la responsabilidad histórica de un Obama obligado a
su pesar a desplegar los brazos que había cruzado con el repliegue. Sus
cálculos políticos, forzados por el cansancio bélico de la sociedad
estadounidense, han fallado: Irak no tenía estabilidad suficiente para
dejarlo a su propia suerte.
Los ataques aéreos, de eficacia limitada, son una
respuesta más política, casi cosmética, que estratégica; manifiestan una
clara reticencia a asumir implicaciones mayores que resultan
antipáticas a la opinión pública americana y evidencian la pésima
resolución del conflicto iraquí. También demuestran estas dudas que
Obama no maneja bien la estrategia exterior y que bajo su mandato los
Estados Unidos han fracasado como agente diplomático de referencia y han
dejado de ser la nación imprescindible en cualquier conflicto de
relieve en el planeta. Una consecuencia lógica del giro político en el
liderazgo internacional determinado por el presidente sobre una
hegemonía que a fin de cuentas se sostenía en el uso de la fuerza.
La brutal yihad del EI no sólo compromete la seguridad de
Irak, sino la de Siria, Líbano y tal vez la Turquía kurda, y lo hace
con un grado de violencia inédita para la que el Occidente autodesarmado
no dispone de respuestas. Como no se trata de Israel, el único agente
político que desata la condena unánime del pensamiento progresista, los
crímenes del ultraislamismo permanecen en el limbo de la conciencia
occidental como una especie de mal incómodo pero inevitable. El debate
se traslada a la acción propia, a la escala de la intervención, con una
lupa escrupulosa y pusilánime sobre las medidas militares y una cautela
directamente cobarde sobre la implicación armada. Sin palestinos por
medio, el genocidio iraquí es un asunto interno, como se encarga de
subrayar el propio Obama para justificar que golpea con guantes y una
mano atada. Total, si sólo han liquidado a cien mil cristianos marcando
con banderas negras sus casas. Luego irán a por los chiíes y los sufíes;
pláticas de familia que decía el Tenorio. Pequeñas diferencias
interculturales. Si no se trata de Gaza y ni siquiera hay un Bush en la
Casa Blanca, qué nos ha de importar un Califato. Los demócratas
biempensantes sólo tenemos que ocuparnos de identificar a nuestros
propios malos.
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