Wednesday, July 18, 2007

Gran Bretaña en primera línea del jihadismo violento

Por Stephen Schwartz
(Publicado en The Daily Standard, 1 de julio de 2007)
A primera vista, la conspiración de los explosivos de Londres y Glasgow podría verse como protesta contra la imposición del título de Sir concedida al novelista Salman Rushdie. El honor a Rushdie elicitó violentas amenazas desde Pakistán, lugar de origen de muchos musulmanes británicos y quizá el menos estable de los países musulmanes importantes, al margen de Irak. Los sospechosos en este último incidente han sido descritos como "del sur de Asia", lo que significa que podrían proceder de Afganistán, Pakistán, La India o Bangladesh.
Pero por supuesto existen otras posibles motivaciones o consideraciones -- además del deseo subyacente de los fieles de Al Qaeda de matar civiles británicos donde quiera y cuando quiera que sea posible. El ataque contra el aeropuerto de Glasgow parece extraño, pero el Primer Ministro entrante Gordon Brown es originario de Glasgow. Los terroristas podrían haber concebido la acción de Escocia como advertencia directa a Brown, así como con vistas al agravamiento de la incertidumbre política durante el traspaso de poderes. El objetivo sería similar al de la atrocidad de Madrid de 2004: poner un punto y final definitivo a la política exterior de Tony Blair obligando a sacar las tropas británicas de Irak y Afganistán.
Pero Irak recuerda un tema de otro costal: el uso de coches bomba. Lleva meses siendo obvio que Al Qaeda y sus partidarios tienen intención de exportar el terrorismo de Mesopotamia a otras regiones del mundo. Inmediatamente después de los sucesos de Londres-Glasgow, un funcionario de la policía escocesa describía a los cinco individuos bajo arresto como recién llegados al país. Sir John Stevens, la nueva cara del contraterrorismo del Primer Ministro Brown, advertía públicamente que al Qaeda había "importado las tácticas de Bagdad... a las calles del Reino Unido".
Lo que es más importante, es innegable ya que Gran Bretaña se encuentra en primera línea del jihadismo violento en Europa Occidental. Tiene una población musulmana que se aproxima a los 2 millones, que son sunitas de manera aplastante y procedentes del sur de Asia, y que ideológicamente están dominados por dos sectas radicales: los Deobandi (los que dieron lugar a los Talibanes) y los wahabíes (los inspiradores de Osama bin Laden) de financiación saudí. Y aunque los musulmanes suponen apenas el 3% de la población del Reino Unido, en muchas ciudades inglesas del norte alcanzan hasta el 15%.
Con tantos musulmanes británicos agolpados en enclaves aislados, a los terroristas se les proporciona un entorno cerrado que en los Estados Unidos no existe. También tienen más fácil acceso a, y de, un Pakistán radicalizador. Tony Blair intentó paliar la situación con programas como "Radical Middle Way", un tour de carretera subsidiado por el gobierno mediante el cual los clérigos musulmanes fundamentalistas pretenderían disuadir a los jóvenes de ingresar en movimientos violentos. (Una política igualmente desencaminada que da preferencia a "el diálogo con los islamistas moderados" está siendo promocionada por Washington ahora mismo, pero con poco éxito).
La contraofensiva islamista radical, al menos alimentada en parte por la creencia de que América (y Gran Bretaña) puede ser expulsada de Irak, es visible por todas partes. Pero Gran Bretaña continuará siendo el principal objetivo europeo: es el único país occidental en el que el terror se ha repetido, con el aniversario del doble atentado en el metro de Londres de 2005 a apenas una semana -- por no mencionar la conspiración de Heathrow el año pasado.
La única solución, en el Reino Unido y globalmente, es la acción seria encaminada a socavar la incitación y la conspiración de islamistas radicales, ya sea en mezquitas o en las calles. Paradójicamente, Gran Bretaña tiene un elemento islamista en su estamento político, representado por el Consejo Musulmán de Gran Bretaña y diversas figuras públicas. Aun así, el control de los radicales sobre las propias mezquitas es más tibio que en los Estados Unidos, y más musulmanes británicos están dispuestos a dar un paso al frente y confrontar directamente a los extremistas. Pero aunar la voluntad política británica con el rechazo de los musulmanes moderados al terror significa poner fin a la retórica vacía sobre diálogo con los radicales, incluyendo aquella en los cimientos del sistema. La contención británica a la hora de identificar al islam radical como enemigo de la civilización debería acabar de una vez; Gordon Brown tiene todas las papeletas para hacer de dar una respuesta más asertiva a la amenaza una parte crucial de su agenda como Primer Ministro.

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