Thursday, September 13, 2007

El nuevo «look» de Al Qaeda

POR STEPHEN SCHWARTZ

LA desarticulación de un complot terrorista islamista esta semana en Alemania es significativa por diversas razones que podrían no ser obvias partiendo de los titulares.
La primera razón es la implicación de un individuo de procedencia étnica turca. El martes, la policía del estado alemán del Rin-Westfalia detenía a 3 hombres, identificados como un turco y dos conversos alemanes al islam (según las leyes judiciales alemanas, sus nombres completos no deben ser revelados). Mientras que la actividad de los conversos en el terrorismo no es algo nuevo, la comunidad turca en Alemania hasta la fecha ha estado libre de la plaga del extremismo religioso. Los inmigrantes kurdos y turcos en Alemania y su descendencia se han visto atraídos al radicalismo nacionalista, pero raramente al fundamentalismo islámico. En general buscan encontrar, y tienen éxito encontrando, un lugar en la sociedad alemana.
El jueves 6 de septiembre, las autoridades germanas estaban aún buscando a alrededor de 10 sospechosos, descritos como una mezcla de alemanes, turcos y otros. Esta vinculación turca es problemática a la luz de la reciente elección del partido religioso sunita Justicia y Desarrollo (AK) en Turquía. Los musulmanes alemanes turcos y kurdos vienen describiendo la infiltración en sus comunidades de fundamentalistas «moderados» desde que los partidos religiosos emergieran como fuerza política seria en Turquía hace más de 20 años. De igual manera, los musulmanes moderados de las zonas colindantes con Turquía y vinculadas culturalmente, los Balcanes y Asia Central, advierten ya de que islamistas turcos, en lugar de islamistas árabes, están empezando a repartir dinero y establecer redes en sus regiones.
El segundo detalle llamativo es el parecido del complot alemán con la conspiración de Londres-Glasgow de finales de junio. En ambos casos, coches bomba llenos de peróxido de hidrógeno iban a destinarse contra aeropuertos importantes. Esto puede indicar una decisión estratégica por parte de Al Qaeda de utilizar métodos rudimentarios para mutilar el transporte aéreo occidental. Cuando la historia de la guerra contra el terror se escriba por fin, podría resultar que el objetivo principal de Al Qaeda es consistente. Repetidamente atenta contra líneas aéreas y aeropuertos en calidad de uno de los objetivos más ricos económicamente -con efecto catastrófico para el sector empresarial global, como hemos descubierto. Los sistemas de transporte público terrestre, como en Madrid en el 2004 o en Londres en el 2005, son aún más vulnerables, pero la dislocación social provocada por los ataques contra esto tiene corta duración.
Al-Qaeda está perdiendo la guerra en Irak. Su fanática dedicación al takfir -la expulsión de la religión y el asesinato salvaje de los musulmanes que no están de acuerdo- de corte wahabí ha alienado a muchos sunitas que antes combatían contra la Coalición encabezada por Estados Unidos y el Gobierno iraquí. Mientras los iraquíes sunitas cambian de bando a nuestro favor, Al Qaeda está enfrascada en transferir el campo de batalla yihadista a Europa, que es el escenario más conveniente, más cercano y más vulnerable.
La Unión Europea no ha formulado aún una estrategia común anti-terror eficaz. La autoridad federal europea está fragmentada y es objeto de caprichos políticos locales -como se vio con la apresurada retirada de los españoles de Irak tras los horrores del tren madrileño. Las diferencias como esa en el pasado entre los musulmanes kurdos, típicamente seculares, y los musulmanes kurdos en Alemania, los distintos grupos de musulmanes árabes y africanos en Francia, y los musulmanes radicales procedentes de Pakistán y La India en el Reino Unido también vienen obstruyendo la respuesta común de la Unión.
Si existe una trampa particular a evitarse a cualquier precio al extraer lecciones del complot alemán es la de aplicar clichés cada vez más comunes acerca del «terrorismo de cosecha propia». La conspiración alemana ya ha sido remontada hasta un grupo uzbeko, la Unión de la Jihad Islámica, que controla centros de entrenamiento en Pakistán. No hay suficientes uzbekos y ni siquiera turcos o paquistaníes suficientes en Alemania para sostener una red islamista radical «de cosecha propia» entre ellos, y en cuanto a los alemanes de origen turco, como indicaba, el fenómeno es nuevo y es importado. En Alemania, al menos, el terrorismo no es «de cosecha propia» con claridad -es una importación exótica, apoyada a través de dinero extranjero.
El grupo que supuestamente dio lugar a la Unión de la Jihad Islámica es el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), el cual nunca puso un pie en esa antigua república ex soviética, pero reclutaba uzbecos para combatir en la yihad de Tajikistan y, tras el 11 de Septiembre, en Afganistán. El Movimiento fue barrido en Afganistán, pero algunos de sus miembros huyeron a Pakistán. Al pretender exportar el frente de Irak a Europa, Al Qaeda parece estar intentando aunar cualquier fuerza de la que dispone, dondequiera que pueda encontrarse, y enviarla a Occidente. Su núcleo saudí original quedó herido de gravedad como consecuencia del 11 de septiembre, y sus sucesores se encuentran ocupados aún en Irak.
Al margen de la vigilancia de las autoridades alemanas, que Al Qaeda esté rascando el fondo de sus posibilidades en busca de colectivos terroristas son buenas noticias, porque demuestra que sus filas en todo el mundo no se están viendo abastecidas, incluso si los frentes abiertos pueden incrementarse en distribución geográfica. La dependencia del armamento rudimentario basado en productos químicos corrientes es prueba de que Al Qaeda estaría también agotando su capital financiero y tecnológico.
Lo peor a observarse del caso alemán es la ubicación de campamentos de entrenamiento del terror de la organización uzbeka en Afganistán. ¿Cuándo va el Gobierno de Pervez Musharraf a poner fin al acomodo de los radicales?

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