Este articulo aunque fue publicado hace tiempo me parece muy interesante ya que destruye la version politicamente correcta de las Cruzadas como una guerra cruel y sanguinaria contra unos musulmanes que no habian hecho nada
En el año 2001 el Expresidente Bill Clinton dio un discurso en la
Universidad de Georgetown en el que habló sobre la respuesta de
Occidente a los entonces recientes ataques terroristas del 11 de
septiembre. El discurso contiene unas cuantas, pero relevantes,
referencias a las cruzadas.
El Sr. Clinton afirmó que “cuando los soldados cristianos tomaron
Jerusalén (en 1099), procedieron a matar a todas las mujeres y a todos
los niños musulmanes en el templo del Monte”. Citó las “descripciones
contemporáneas del evento” como fuentes en las que se afirma “que los
soldados que caminaban allí lo hacían con sangre hasta las rodillas”.
Esta historia, dijo el Sr. Clinton enfáticamente, “aún se narra en Medio
Oriente y todavía estamos pagando por ello”.
Esta perspectiva de las cruzadas no es inusual. Pervierte libros de
textos así como literatura popular. Otro libro que suele ser confiable
alega que “la cruzadas fusionaron tres características medievales
impulsivas: la piedad, la pugna y la codicia. Esenciales las tres”.
La película Kingdom of Heaven (“El Reino de los Cielos” o “Cruzada”,
de 2005) muestra a los cruzados como fanáticos groseros, los mejores de
los cuales se debaten entre el remordimiento por sus excesos y la
lujuria para seguir con ellos.
Incluso la información histórica para los juegos de rol –que se
supone se basan en fuentes más confiables– contienen afirmaciones como
esta: “los soldados de la Primera Cruzada aparecieron, básicamente, sin
advertencias, inundando Tierra Santa con la misión declarada
–literalmente– de matar a los no creyentes”, “las cruzadas eran una
temprana forma de imperialismo”, y “la confrontación con el Islam dio
inicio a un periodo de fanatismo religioso que generó la Inquisición y
las guerras religiosas en la desolada Europa durante la era Isabelina”.
El más famoso historiador semi-popular de las cruzadas, Sir Steven
Runciman, termina sus tres volúmenes de magnífica prosa con el juicio de
que las cruzadas eran “nada más que un largo acto de intolerancia en el
nombre de Dios, que es el pecado contra el Espíritu Santo”.
El veredicto parece unánime. Desde los discursos presidenciales hasta
los juegos de rol, las cruzadas son mostradas como un episodio
deplorablemente violento en el que libertinos occidentales, que no
habían sido provocados, asesinaban y robaban a musulmanes sofisticados y
amantes de la paz, dejando patrones de opresión escandalosa que se
repetirían en la historia subsecuente. En muchos lugares de la
civilización occidental actual, esta perspectiva es demasiado común y
demasiado obvia como para ser rebatida.
Pero la unanimidad no es garantía de precisión. Lo que todo el mundo
“sabe” sobre las cruzadas podría, de hecho, no ser cierto. Veamos las
nociones populares sobre los cruzados y tomemos cuatro para ver si pasan
un examen más certero.
Mito 1: Las cruzadas representaron un ataque no provocado de cristianos occidentales contra el mundo musulmán
Nada podría estar más lejos de la verdad, e incluso una revisión
cronológica aclararía eso. En el año 632, Egipto, Palestina, Siria, Asia
Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de
Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Dentro de
los límites del Imperio Romano, que todavía era completamente funcional
en el Mediterráneo oriental, el cristianismo ortodoxo era la religión
oficial y claramente mayoritaria.
Fuera de los límites estaban otras grandes comunidades cristianas: no
necesariamente ortodoxas o católicas, pero aún cristianas. La mayoría
de la población cristiana de Persia, por ejemplo, era nestoriana.
Ciertamente habían muchas más comunidades cristianas en la región árabe.
Hacia el año 732, un siglo después, los cristianos habían perdido
Egipto, Palestina, Siria, el norte de África, España, gran parte de Asia
Menor, y la parte sur de Francia. Italia y sus islas estaban bajo
amenaza, y caerían bajo el dominio musulmán en el siglo siguiente. Las
comunidades cristianas de Arabia fueron destruidas completamente en o
poco después del 633, cuando los judíos y los cristianos por igual
fueron expulsados de la península. Aquellos en Persia estuvieron bajo
severa presión. Dos tercios del territorio que había sido del mundo
cristiano eran ahora regidos por musulmanes.
¿Qué había pasado? La mayoría de la gente sí sabe la respuesta, si es
que se les precisa un poco, pero por alguna razón no conectan
usualmente la respuesta a las cruzadas. La respuesta es el avance del
Islam. Cada una de las regiones mencionadas fue sacada, en el transcurso
de cien años, del control cristiano por medio de la violencia, a través
de campañas militares deliberadamente diseñadas para expandir el
territorio musulmán a expensas de sus vecinos. Pero esto no dio por
concluido el programa de conquistas del Islam.
Los ataques continuaron, focalizándose de tiempo en tiempo en los
intentos cristianos por repelerlos. Carlo Magno bloqueó el avance
musulmán en Europa occidental cerca al 800 pero las fuerzas islámicas
simplemente cambiaron su objetivo y comenzaron por las islas del norte
de África hasta las costas francesas e italianas, atacando el territorio
principal italiano en el 837.
Una confusa lucha por el control de la zona centro y sur de Italia
prosiguió el resto del siglo IX y el décimo. En cien años entre el 850 y
el 950, los monjes benedictinos fueron expulsados de sus antiguos
monasterios, los estados papales fueron arrasados y se establecieron
bases piratas musulmanas en toda la costa norte de Italia y en el sur de
Francia, desde donde se lanzaron los ataques en lo más profundo del
territorio. Desesperados por proteger a las víctimas cristianas, los
Papas se involucraron en los siglos XI y XII dirigiendo la defensa de
los territorios a su alrededor.
La autoridad secular sobreviviente del mundo cristiano en este tiempo
fue el Imperio Romano de Oriente o Bizantino. Habiendo perdido mucho de
su territorio en los siglos VII y VIII por la repentina amputación
provocada por los musulmanes, los bizantinos tomaron un largo periodo
para renovar fuerzas y contraatacar.
A mediados del siglo IX, iniciaron el contraataque en Egipto, la
primera vez desde el 645 en que osaron ir tan lejos al sur. Entre las
décadas del 940s’ y el 970s’, los bizantinos lograron un gran avance al
recuperar territorios perdidos. El emperador Juan Tzimiskes recuperó
buena parte de Siria y un sector de Palestina, llegando hasta Nazaret,
pero sus ejércitos se extendieron demasiado y tuvo que concluir su
campaña en el 975 sin haber recuperado Jerusalén misma. El contraataque
musulmán no se hizo esperar y los bizantinos pudieron retener, a duras
penas, Alepo (Siria) y Antioquía.
La lucha continuó sin cesar en el siglo XI. En 1009, un trastornado
gobernante musulmán destruyó la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén e
inició una gran persecución de cristianos y judíos. Pronto fue depuesto
y hacia el año 1038 los bizantinos habían negociado el derecho a tratar
de reconstruir la estructura. Sin embargo otros eventos hacían difícil
la vida para los cristianos en el área, especialmente el desplazamiento
de los gobernantes árabes musulmanes por los turcos Seljuk, quienes
desde el 1055 comenzaron a tomar el control de Medio Oriente.
Esto desestabilizó el territorio e introdujo nuevos gobernantes (los
turcos) que no estaban familiarizados ni siquiera con el mosaico y modus
vivendi que había existido entre la mayoría de los gobernantes árabes
musulmanes y sus súbditos cristianos. Las peregrinaciones comenzaron a
hacerse cada vez más difíciles y peligrosas, y los peregrinos
occidentales comenzaron a unirse y a portar armas para defenderse
mientras trataban de llegar a los santos lugares en Palestina: son
destacables las peregrinaciones armadas que se dieron entre 1064 y 1065;
y entre 1087 y 1091.
En el Mediterráneo occidental y central, el balance de poder se
inclinaba hacia los cristianos y se le iba de las manos a los
musulmanes. En el 1034, los pisanos saquearon una base musulmana en
África del Norte y finalmente extendieron sus contraataques a todo el
Mediterráneo. También ellos generaron contraataques hacia Sicilia entre
1062 y 1063. En 1087, una gran fuerza aliada saqueó Mahdia, actualmente
Túnez, en una campaña patrocinada por el Papa Víctor III y la condesa de
Toscana. Claramente los cristianos italianos estaban tomando la
delantera.
Pero mientras el poder cristiano en el Mediterráneo central y
occidental crecía, estaba en problemas en la parte oriental. El alza de
los turcos musulmanes varió el peso del poder militar contra los
bizantinos, quienes perdieron una considerable extensión de terreno
nuevamente en la década del ‘1060s. Intentando encabezar otras
incursiones en el lejano oriente de Asia Menor en 1071, los bizantinos
sufrieron una devastadora derrota a manos de los turcos en la batalla de
Manzikert. Como resultado de esta batalla, los cristianos perdieron el
control de casi toda Asia Menor, con sus recursos agrarios y sus
territorios de reclutamiento militar, y un sultán musulmán estableció
una capital en Nicea, lugar de la creación del Credo Niceno
Constantinopolitano en el 325, a 125 millas de Constantinopla.
Desesperados, los bizantinos pidieron ayuda a occidente, dirigiendo
estos llamados primeramente a la persona que veían como autoridad allá:
el Papa, que, como hemos visto, ya había estado dirigiendo la
resistencia cristiana contra los ataques musulmanes.
En los primeros años de la década del ‘1070s, el Papa era Gregorio
VII, e inmediatamente comenzó los planes para liderar una expedición en
ayuda de los bizantinos. Debido a su participación en un conflicto con
los emperadores alemanes (lo que los historiadores llaman la
‘controversia de investidura’), no pudo ofrecer una ayuda significativa.
Sin embargo los bizantinos persistieron en su pedido de ayuda, y
finalmente, en el año 1095, el Papa Urbano II hizo realidad el deseo de
Gregorio VII, poniéndolo en práctica en lo que sería la Primera Cruzada.
Si una cruzada era lo que Urbano o los bizantinos tenían en mente es
cuestión de cierta controversia. Pero la articulada progresión de
eventos que llevaron a ella no lo es.
Lejos de no haber sido provocadas, entonces, las cruzadas realmente
representan el primer gran contraataque del Occidente cristiano contra
los ataques musulmanes que se habían dado continuamente desde el inicio
del Islam hasta el siglo XI, y que siguieron luego casi sin cesar.
Tres de las cinco sedes episcopales de la cristiandad (Jerusalén,
Antioquía y Alejandría) habían sido capturadas en el siglo VII antes de
las cruzadas. La cuarta sería capturada en 1453, dejando solo una de las
cinco (Roma) en manos cristianas hacia el año 1500. Roma fue amenazada
nuevamente en el siglo XVI. Esto no significa entonces la ausencia de
provocación, en vez de ello se aprecia una amenaza mortal y persistente,
una a la que tenía que responderse con una defensa vigorosa si la
Cristiandad quería sobrevivir. Las cruzadas fueron simplemente una
herramienta en las opciones defensivas ejercidas por los cristianos.
Para poner el asunto en perspectiva, basta con preguntarse cuántas
veces fuerzas cristianas han atacado la Meca. La respuesta, por
supuesto, es nunca.
Mito 2: Los cristianos occidentales fueron a las cruzadas
porque su avaricia los motivó a saquear a los musulmanes para hacerse
ricos
Nuevamente, no es verdad. Una versión del discurso del Papa Urbano II
en Clermont en 1095 en la que alienta a los guerreros franceses a
embarcarse en lo que sería conocido como la Primera Cruzada sí hace
referencia a que podrían “echar a perder los tesoros (del enemigo)”,
pero esto era nada más que una observación sobre la usual manera de
financiar la guerra en la sociedad antigua y medieval.
Fulcher de Chartres sí escribió en los inicios del siglo XII que
aquellos que habían sido pobres en Occidente se harían ricos en Oriente
como resultado de sus esfuerzos en las Primeras Cruzadas, sugiriendo
obviamente que otros podrían hacer lo mismo. Es necesario leer esto en
contexto, que en ese momento era una falta crónica y fatal de mano de
obra para la defensa de los estados cruzados. Fulcher no era del todo
engañoso cuando decía que alguien podría volverse rico como resultado de
las cruzadas, pero no estaba siendo del todo honesto tampoco, porque
para muchos participantes, las cruzadas fueron increíblemente caras.
Como Fred Cazel señala, “pocos cruzados tenían suficiente dinero para
pagar sus obligaciones en casa y mantenerse decentemente en las
cruzadas”. Desde el principio mismo, las consideraciones financieras
fueron importantes en la planeación de la cruzada. Los primeros cruzados
vendieron tantas de sus posesiones para financiar sus expediciones que
generaron una extendida inflación.
Aunque los siguientes cruzados tomaron esta consideración en cuenta y
comenzaron a ahorrar mucho antes de embarcarse en esta empresa, el
gasto seguía estando muy cerca de lo prohibitivo. Pese al hecho de que
el dinero no jugó un rol esencial en las economías europeas en el siglo
XI, había un “consistente y persistente flujo de dinero” de Occidente a
Oriente como resultado de las cruzadas y las demandas financieras de las
mismas causaron “profundos cambios económicos y monetarios en Europa y
en el Levante”.
Una de las principales razones para el financiamiento de la Cuarta
Cruzada, y su desvío a Constantinopla, fue el hecho de que se quedaron
sin dinero antes de que se iniciara adecuadamente, y estaban tan
endeudados con los venecianos que no pudieron controlar su propio
destino. La Séptima Cruzada de Luis IX a mediados del siglo XIII costó
seis veces más que el ingreso anual de la corona.
Los Papas recurrieron a tácticas incluso más desesperadas para
recaudar dinero y financiar las cruzadas, desde la institución del
primer impuesto a los ingresos en la primera parte del siglo XIII hasta
hacer una serie de ajustes en la manera en que las indulgencias eran
manejadas, lo que eventualmente llevó a ciertos abusos condenados por
Martín Lutero. Incluso en el siglo XIII, muchos de quienes planeaban las
cruzadas asumían que sería imposible atraer una suficiente cantidad de
voluntarios para realizarlas, y participar de las cruzadas se convirtió
en una especie de provincia de reyes y Papas, perdiendo su carácter
popular original.
Cuando el Hospitaller Master Fulk de Villaret escribió sobre las
cruzadas al Papa Clemente V cerca al 1305, subrayó que “sería una buena
idea si el Señor Papa dispusiera algunas medidas para reunir un gran
tesoro, sin el que esta misión (la cruzada) sería imposible”. Algunos
años después, Marino Sanudo estimó que costaría cinco millones de
florines en más de dos años efectuar la conquista de Egipto. Aunque no
lo dijo, y tal vez no se dio cuenta de ello, la suma necesaria
simplemente era una meta imposible de lograr.
En ese tiempo, las autoridades más responsables en Occidente habían
llegado a la misma conclusión, lo que explica por qué se lanzaron cada
vez menos cruzadas desde el inicio del siglo XIV.
En breve: muy pocos se hicieron ricos con las cruzadas, y sus números
fueron empequeñecidos sobremanera por quienes quebraron. Muchos en el
medioevo eran muy conscientes de eso y no consideraron a las cruzadas
como una manera de mejorar su situación financiera.
Mito 3: Los cruzados fueron un bloque cínico que en realidad
no creía ni en su propia propaganda religiosa, en vez de eso tenían
otros motivos más materiales.
Este ha sido un argumento muy popular, al menos desde Voltaire.
Parece creíble e incluso obligatorio para la gente moderna, dominada por
la perspectiva del mundo materialista. Y ciertamente hubieron cínicos y
hipócritas en la Edad Media, –descartando las obvias diferencias de
tecnología y cultura material– la gente de entonces era tan humana como
nosotros, y víctima de los mismos errores.
Sin embargo, como en los primeros dos mitos, esta afirmación
generalmente es falsa y se puede demostrar con una sola razón: las bajas
de las cruzadas eran usualmente tan altas, que muchos, sino la mayoría
de los cruzados, iban a ellas sabiendo que no iban a volver. Un
historiador militar de las cruzadas, por ejemplo, ha estimado la tasa de
bajas en un aplastante 75 por ciento.
La declaración del cruzado Robert de Crésèques, del siglo XIII, de
que había “venido a través del mar para morir por Dios en la Tierra
Santa” –a la que efectivamente siguió rápidamente su muerte en una
batalla– puede haber sido inusual en su fuerza y su cumplimiento rápido,
pero no era una actitud atípica. Es difícil imaginar una manera más
conclusiva de probar la dedicación de uno a una causa que sacrificar la
vida por ella… y muchísimos cruzados hicieron eso.
Esta mito también se revela como falso cuando consideramos la manera
en la que los cruzados fueron animados en las prédicas. Los cruzados no
fueron reclutados. La participación era voluntaria y los participantes
tenían que ser persuadidos para ir. El medio primario de persuasión era
el sermón cruzado, y uno podría esperar encontrar estos sermones
mostrando a las cruzadas como algo profundamente apelante.
Este, hablando en general, no era el caso. De hecho, lo opuesto es
verdad: los sermones para las cruzadas estaban repletos de advertencias
de que las cruzadas generaban privación, sufrimiento y con frecuencia la
muerte. Que esta era la realidad de las cruzadas era algo bien sabido,
en todo caso.
Como Jonathan Riley-Smith ha destacado, los predicadores de las
cruzadas “tenían que persuadir a sus oyentes a comprometerse ellos
mismos en empresas que interrumpirían sus vidas, posiblemente los
empobrecerían e incluso los asesinarían o mutilarían, o que serían un
inconveniente para sus familias, cuyo apoyo necesitarían… si es que iban
a cumplir sus promesas”.
¿Entonces cómo tenía resultado la prédica? Funcionaba porque las
cruzadas eran apelantes precisamente porque era una tarea dura y
conocida, y porque emprender una cruzada por los motivos correctos era
entendida como una penitencia aceptable del pecado. Lejos de ser una
empresa materialista, la cruzada era impráctica en términos mundanos,
pero valiosa para el alma.
No hay espacio aquí para explorar la doctrina de la penitencia como
se desarrolló en la última etapa del mundo antiguo y medieval, pero es
suficiente decir que la aceptación voluntaria de las dificultades y el
sufrimiento era vista como una manera útil de purificar el alma (y aún
lo es, en la doctrina católica actual). La cruzada era el ejemplo casi
supremo de ese sufrimiento complicado, y por eso era una penitencia
ideal y muy completa.
Relacionado al concepto de penitencia está el concepto de la cruzada
como un acto de amor desinteresado, de “dar la vida por los amigos”.
Desde el principio, la caridad cristiana era propuesta como una razón
para las cruzadas, y esto no cambió en todo ese periodo. Jonathan
Riley-Smith trató este aspecto de las cruzadas en un artículo muy
conocido para los historiadores de las cruzadas, pero inadecuadamente
reconocido en el amplio mundo académico, ignorado por el público en
general.
“Para los cristianos… la sagrada violencia”, subraya Riley-Smith, no
puede ser propuesta en cualquier ámbito excepto en el del amor… (y) en
una era dominada por la teología del mérito esto explica por qué la
participación en las cruzadas se consideraba como meritoria, por qué las
expediciones eran vistas como actos penitenciales con las que se podía
ganar indulgencias, y por qué la muerte en batalla era vista como
martirio. Como manifestaciones del amor cristiano, las cruzadas fueron
producto de la renovada espiritualidad del Medioevo central, con su
preocupación de vivir la vita apostolica y expresando los ideales
cristianos en activas obras de caridad, como lo fueron los nuevos
hospitales, el trabajo pastoral de los agustinos y los premonstratenses y
el servicio de los frailes. La caridad de San Francisco podría
apelarnos más ahora que entonces a los cruzados, pero ambas se originan
de las mismas raíces.
Con lo complicado que puede ser para la gente actual creer, la
evidencia sugiere fuertemente que la mayoría de los cruzados estaban
motivados por el deseo de agradar a Dios, expiar sus pecados y poner sus
vidas al servicio del “prójimo”, entendido en el sentido cristiano.
Mito 4: Los cruzados le enseñaron a los musulmanes a odiar y atacar a cristianos
Parte de la respuesta a este mito puede encontrarse arriba, en la
parte del Mito 1. Los musulmanes habían estado atacando a los cristianos
por más de 450 años antes de que el Papa Urbano declarara la Primera
Cruzada. No necesitaban ningún incentivo para seguir haciéndolo. Pero
hay también aquí una respuesta un poco más complicada.
Hasta hace muy poco, los musulmanes recordaban las cruzadas como una
instancia en la que habían derrotado un insignificante ataque occidental
cristiano. Un iluminador pasaje se encuentra en una de las cartas de
Lawrence de Arabia, quien describe una confrontación durante las
negociaciones de la Primera Guerra Mundial entre el francés Stéphen
Pichon y Faisal al-Hashemi (luego Faisal I de Irak). Pichon presentó el
caso por el interés francés en Siria, recordando las cruzadas, a lo que
Faisal contestó con una aguda pregunta: “¿Pero, perdóneme, quien de
nosotros ganó las cruzadas?”
Esto era generalmente representativo de la actitud musulmana hacia
las cruzadas antes de la Primera Guerra Mundial, es decir, cuando los
musulmanes se molestaban en recordarlas, que no era muy seguido. La
mayoría de los escritos históricos en árabe sobre las cruzadas antes del
siglo XIX fueron producidos por cristianos árabes, no por musulmanes, y
la mayoría eran positivos. No existía tampoco una palabra árabe para
“cruzadas” hasta ese periodo e incluso quienes lo acuñaron fueron, otra
vez, cristianos árabes. No parecía importante para los musulmanes
distinguir entre las cruzadas y otros conflictos entre el Cristianismo y
el Islam.
No había tampoco una reacción inmediata a las cruzadas entre
musulmanes. Como Carole Hillenbrand destaca, “la respuesta musulmana a
la llegada de las cruzadas fue inicialmente de apatía, compromiso y
preocupación con los problemas internos”. Hacia el 1130 comenzó una
contra cruzada musulmana, bajo el liderazgo del feroz Zengi de Mosul
(Irak). Pero se necesitaron algunas décadas para que el mundo musulmán
se preocupara por Jerusalén, considerada en mayor estima por los
musulmanes cuando no la dominaban que cuando sí lo hacen.
La acción contra los cruzados fue con frecuencia realizada como un
medio para unir al mundo musulmán bajo varios aspirantes a
conquistadores, hasta el 1291, cuando los cristianos fueron expulsados
del territorio de Siria. Y –sorpresivamente para los occidentales– no
fue Saladino quien fue reconocido por los musulmanes como el gran líder
anti-cristiano. Ese lugar de honor usualmente fue otorgado a los más
sedientos de sangre y más exitosos Zengi y Baibars, o al más público Nur
al-Din.
La primera historia musulmana sobre las cruzadas no apareció sino
hasta 1899. Por ese entonces, el mundo musulmán estaba redescubriendo
las cruzadas, pero lo hacía con un giro aprendido de los occidentales.
En el periodo moderno, había dos escuelas europeas principales de
pensamiento sobre las cruzadas. Una de ellas, representada por gente
como Voltaire, Gibbon, y Sir Walter Scott; y Sir Steven Runciman del
siglo XX, veían a los cruzados como bárbaros crudos, avaros y agresivos
que atacaban musulmanes civilizados y amantes de la paz, para mejorar su
propia suerte.
La otra escuela, más romántica y representada por figuras menos
conocidas como el escritor francés Joseph-François Michaud, veía a las
cruzadas como un glorioso episodio en una larga lucha en la que los
cristianos habían vencido a las hordas musulmanas. Además los
imperialistas occidentales comenzaron a ver a los cruzados como sus
predecesores, adaptando sus actividades de un modo secularizado que los
mismos cruzados no habrían reconocido o encontrado muy acordes.
Al mismo tiempo, el nacionalismo comenzó a enraizarse en el mundo
musulmán. Los nacionalistas árabes tomaron prestada la idea de una larga
campaña europea contra ellos de la escuela europea antigua de
pensamiento, sin considerar el hecho de que constituía realmente una
mala representación de las cruzadas, y usando este entendimiento
distorsionado como una forma para generar apoyo para sus propias
agendas.
Ese fue el caso hasta la mitad del siglo XX, cuando, en palabras de
Riley-Smith, “un Panislamismo renovado y militante” aplicó las metas de
los nacionalistas árabes a un renacimiento mundial de lo que era
entonces llamado fundamentalismo islámico y a lo que ahora algunos se
refieren como, un poco torpemente, como jihadismo.
Esto llevó casi inexpugnablemente al origen de Osama Bin Laden y Al
Qaeda, ofreciendo una perspectiva de las cruzadas tan extraña como para
permitir a Laden considerar a todos los judíos como cruzados y a las
cruzadas como un rasgo permanente y continuo de la respuesta occidental
al Islam.
La concepción de la historia de Bin Laden es una fantasía febril. No
es más preciso en su perspectiva sobre las cruzadas que lo que es sobre
la supuesta unidad islámica que cree el Islam disfrutó antes de que la
malévola influencia cristiana se entrometiera. Pero la ironía está en
que él y los millones de musulmanes que aceptaron el mensaje, recibieron
ese mensaje originalmente de quienes ellos perciben como sus enemigos:
de Occidente.
Entonces no fueron las cruzadas las que le enseñaron al Islam a
atacar y odiar a los cristianos. Muy lejos de eso están los hechos. Esas
actividades habían precedido a las cruzadas por largo tiempo, y nos
dirigen hasta el origen del Islam. En vez de eso, fue Occidente quien
enseñó al Islam a odiar las cruzadas. La ironía es grande.
De vuelta al presente
Volvamos al discurso del Presidente Clinton en Georgetown. ¿Cuántas de sus referencias a la Primera Cruzada fueron acertadas?
Es cierto que muchos musulmanes que se habían rendido y refugiado
bajo las banderas de algunos señores cruzados –un acto que debería
haberles dado tregua– fueron masacrados por tropas fuera de control.
Aparentemente esto fue un acto de indisciplina y se afirma que esto
enojaba enormemente a los señores cruzados en cuestión porque esto daba
una mala imagen de ello.
Implicar –o simplemente decir– que esto fue algo querido por toda la
fuerza de los cruzados, o que era parte integral de las cruzadas, es en
el mejor de los casos equivocado. De cualquier modo, John France lo ha
descrito bien: “este notorio evento no debe ser exagerado… Por más fea
que haya sido la masacre… no estaba lejana a lo que era la práctica
común en ese entonces respecto a un lugar en resistencia”. Y teniendo en
cuenta el espacio, se podría anexar una lista larga y sangrienta, que
se remonta al siglo VII, de acciones similares donde los musulmanes
fueron los agresores y las víctimas los cristianos. Sin embargo esa
lista no habría servido a los propósitos del Sr. Clinton.
El Sr. Clinton estaba usando probablemente a Raymond de Aguilers
cuando se refirió a “la sangre hasta las rodillas” de los cruzados. Pero
la física requerida para tal alegato es imposible, como es evidente.
Raymond estaba simplemente fanfarroneando e invocando las imágenes del
Antiguo Testamento y el Libro del Apocalipsis. No estaba ofreciendo un
hecho cierto y probablemente no quería que tal declaración fuese tomada
como tal.
Y si estamos o no aún “pagando por ello”, pueden ver el Mito 4
arriba. Esta es la más seria incongruencia de todo su pasaje. Por lo que
estamos pagando no es por la Primera Cruzada, sino por las distorsiones
occidentales de las cruzadas en el siglo XIX que fueron recogidas por
un mundo musulmán insuficientemente crítico.
Los problemas con las afirmaciones del Sr. Clinton indican las
trampas que esperan a aquellos que intentan explicar los textos antiguos
o medievales sin una conciencia histórica e ilustran muy bien lo que
sucede cuado uno toma recuentos históricos de a pocos –distorsionados o
simplemente presentados selectivamente– que sostienen la agenda política
de uno. Este tipo de abuso de la historia ha sido penosamente común en
lo que a las cruzadas se refiere.
Pero de nada sirve distorsionar el pasado para nuestros propios
fines. O más bien, puede servir para muchas cosas… pero no a la verdad.
Las distorsiones y tergiversaciones de las cruzadas no nos ayudarás a
entender el reto que plantea a Occidente un Islam resurgente y
militante.
El fracaso de entender ese desafío podría ser mortal. De hecho, ya ha
probado serlo. Podría tomar un largo tiempo establecer un recuento
correcto sobre las cruzadas. Ya ha pasado mucho tiempo, además, para
comenzar esa tarea.